domingo, 23 de octubre de 2011

Ricardo Letts, radical a los 74




Fuente La República 
Polémico, exagerado, radical. Ricardo Letts es una de las figuras más recordadas de la izquierda peruana. Sus arrebatos como diputado a inicios de los noventa permanecen en la retina de muchos.
Por Óscar Miranda
Fotos Rocío Orellana
Ricardo Letts nos ha saludado, se ha sentado y de inmediato se ha colgado su propia grabadora bajo el cuello. No confía en los periodistas. En los noventas, gracias a curiosidades como exprimirse las medias mojadas en las puertas de Palacio de Gobierno o escribir en la pared del hemiciclo del Congreso se hizo fama de excéntrico, de “loco”, y parece culpar de ello a la prensa. Esta vez, en el arranque de la charla, apenas me mira. Mira hacia la pared de enfrente, tenso. Solo al cabo de media hora se relajará lo suficiente como para establecer contacto visual. Luego, hasta nos llevará a conocer su huerto y el lugar del cerro donde flamean sus banderas.
La grabadora, sin embargo, seguirá corriendo hasta el instante mismo en que, en la puerta, le decimos adiós.
El ‘Loco’ Letts le decían algunos. No es un apelativo que le agrade. “Es una injuria. Nunca nadie ha podido sostenerse frente a mí y decírmela en la cara”, dice. Al día siguiente de la entrevista, hablamos por teléfono y me confiesa su preocupación por que mi interés por algunos de sus más sonados episodios como político reavive los prejuicios en su contra. “Los fantasmas de hace 25 años han despertado con la aparición de mi libro”, se lamenta.
El libro se llama La ruptura y es el diario íntimo que llevó entre 1959 y 1963 (entre los 21 y 26 años). Recoge solo un pedazo de tiempo de esos 74 años de agitada vida, que vieron persecuciones, deportaciones y cinco intentos de asesinato. En el prólogo, Letts explica que se animó a publicarlo para dar respuesta a una pregunta que le han hecho muchas veces: cómo fue que él, con su particular origen social, político, religioso y familiar, se convirtió en un izquierdista radical.
El camino político
Letts nació en una sociedad de oligarcas pero asegura que su padre, un hacendado aprista, no lo fue. A los 22 años asumió las riendas del fundo familiar. Su vida hasta entonces transcurría entre la playa Waikiki, el Regatas, el fulbito y los bailes con sus amigos, los hijos de los dueños del Perú. “Me di cuenta de que la pobreza de los trabajadores de la hacienda significaba la situación acomodada de mi familia”, dice. Letts, que ya había mostrado inquietudes políticas como dirigente en la Escuela Nacional Agraria y que por entonces leía a Mao y a Marx, decidió entrar  en un partido para hacer la revolución.
Eligió Acción Popular (AP), entre otras razones porque le daban mala espina los comunistas de la época. Entre 1961 y 1965 constituyó el ala izquierda del partido. Hoy muy pocos saben que AP cometió acciones armadas. Letts y otros jóvenes airados volaron un poste telefónico al sur de Lima y estuvieron a punto de tomar la prefectura de Cajamarca cargados de armas y explosivos. Sin embargo, con el tiempo su radicalismo no fue visto con buenos ojos por Fernando Belaunde.
En 1965, con Belaunde como presidente y cuando él era un alto funcionario del gobierno, renunció y fundó, junto con otros jóvenes, Vanguardia Revolucionaria (VR). En VR vivió algunos de los años más intensos de su trayectoria política. Sufrió prisión y fue deportado varias veces. Durante esos años también recibió uno de los mayores golpes de su vida. Su mujer, María Luisa Raygada, murió en un accidente de tránsito, frente a sus propios ojos.
El hacendado
Le pregunto por su etapa como hacendado. En 1981, Letts compró el fundo El Alamein, en Pisco. Trescientas hectáreas en las que sembró olivos e instaló una planta procesadora de aceitunas. ¿No era una incoherencia que un marxista como él, que había defendido y apoyado la Reforma Agraria y la expropiación de las tierras en favor de los campesinos, se hubiese convertido en un hacendado?
Letts sonríe y se toma una de esas pausas que advierten que se abre un capítulo largo en la conversación. A continuación, me explica que él apoyó la reforma porque era un instrumento político para derrotar a la oligarquía. Me dice que en El Alamein constituyó una asamblea en la que los campesinos exponían sus necesidades –aunque siempre estuvo claro que quien gobernaba era él–. Le pregunto si hubiese estado de acuerdo con que el Estado le expropiara su propiedad. Responde que no, aunque luego dice que depende. No es la primera vez que la prensa incide en esta aparente contradicción en su vida, pero hace tiempo que nadie se lo preguntaba.
La izquierda y Sendero
En 1984, Letts fundó, junto con gente como Javier Diez Canseco, Sinesio López y Óscar Ugarte, el Partido Unificado Mariateguista (PUM). Cuando le pregunto qué provocó la crisis de la izquierda, me responde con dos palabras: “dogmatismo” y “sectarismo”. Él hasta hoy se considera una víctima, sobre todo del sector barrantista. Recuerda que Alfonso Barrantes lo dejó con la mano extendida dos veces. “Barrantes. Dogmático y sectario”, dice.
Antes de hablar con Letts, les pedí su opinión sobre él a varios izquierdistas de su generación. Todos subrayaron su integridad, pero más de uno mencionó su condescendencia con Sendero Luminoso. Se lo pregunto y él lo niega, exaltado: “¡Yo no sé de nadie en la izquierda que haya enfrentado más a Sendero que yo!”. Dice que con el comité de autodefensa que organizó en su fundo persiguió varias veces a los subversivos. “Sin embargo, hasta hoy me llaman prosenderista”, se queja.
Un diputado peculiar
Mayo de 1991. La Cámara de Diputados es un caos. El ministro Víctor Malca está hablando pero nadie lo escucha. Fernando Olivera proyecta sus diapositivas sobre las casas de Naplo de Alan García. Los apristas sostienen una pizarra que usarán para la exposición de defensa de su líder. Hay una delegación del Sutep que hace bulla. Letts, harto, se sube sobre una silla y escribe con un plumón sobre la pared del hemiciclo: “La defensa de los derechos humanos es un deber del Estado”. Al verlo, los diputados se callan. El presidente, escandalizado, suspende la sesión. Letts dice que con eso que a muchos les pareció una locura logró evitar que se archivara la acusación constitucional contra García. Y no se arrepiente de haberlo hecho.
Diez días después, cuando acompañaba a la dirigencia de Construcción Civil a presentar un memorial a Fujimori, fue bañado de cabo a rabo por un rochabús. “Se ensañaron contra mí”, recuerda. Curiosamente, Fujimori accedió a recibirlo. Pero, antes de entrar, el diputado decidió sacar el agua de sus zapatos y exprimir sus medias. Lo hizo allí, en la puerta de la Calle Palacio, como si tal cosa. El espectáculo fue el deleite de camarógrafos y reporteros gráficos. La imagen fue repetida incansablemente esa noche y muchas más a lo largo de los siguientes años. Con imágenes como esa en la cabeza, la mayoría de peruanos apoyó el cierre del Congreso y el autogolpe de Fujimori en 1992.
Ricardo Letts siente que todo aquello fue injusto, muy injusto.
Me dice que los prejuicios lo acompañan hasta hoy. Que en el Partido Nacionalista, al que está afiliado, algunos lo acusan de prosenderista. Y que por culpa de los ‘barrantistas’, lo han marginado.
A estas alturas de la charla, cuando ya lo hemos fotografiado junto a las banderas que tiene en el cerro detrás de su casa y estamos por despedirnos, Letts ha perdido la tensión del principio, aunque sigue preocupado. Al día siguiente me dirá por teléfono que espera que no lo malinterpreten. Pero, ahora que nos despide en la puerta, este ateo confeso, que a los 26 años dejó su fe católica, se limita a decirme: “En tus manos encomiendo mi espíritu”.
Mi hermano ‘bobby’
Ricardo Letts no quiere profundizar en las razones por las que se enfrió su relación con su hermano Roberto, el magnate minero. Cuando ‘Bobby’ Letts falleció, en abril del 2010, dejó una herencia de cientos de millones de soles a sus familiares más cercanos, excepto a Ricardo y a su sobrino Jaime Bayly. Letts dice que eso no le sorprendió, que fue una manera de castigarlo. ¿Por qué? ¿Qué le hizo? ‘Bobby’ fue el socio capitalista del fundo El Alamein, con un aporte de US$ 150 mil. Letts dice que en cierto momento su hermano le pidió que le devolviera la inversión y que él trató de hacerlo, pero no pudo.
Prefiere no dar detalles del episodio. “Para mí él siempre fue mi queridísimo hermano Roberto”, afirma. Cuando ‘Bobby’ murió, Letts fue al set de Jaime Bayly y le pidió que ofreciera disculpas por la durísima columna que había publicado meses antes sobre su tío. Y Bayly lo hizo.

viernes, 22 de abril de 2011

Los Diarios Confiscados


Fuente LAGUPERU


Todos los detalles de cómo se realizó la confiscación de los grandes diarios peruanos bajo la dictadura de Juan Velasco Alvarado, y de quienes intervinieron en ese abusivo episodio que inició la debacle de la prensa peruana.
Nota del Editor: El autor de este artículo, Bernardino Rodríguez C., es un periodista de la vieja escuela, apasionado y tremendamente dinámico, dirigente y promotor de muchos proyectos periodísticos, y además histórico protagonista de enormes jornadas profesionales tanto en su suelo natal Arequipa (en realidad Mollendo), como en Lima. El año pasado coincidimos en el rescate del olvido de la revista Primera Plana, órgano oficial de la Federación de Periodistas del Perú. Allí, ambos coincidimos, con la aprobación de Pablo Truel Uribe, entonces Presidente de la FPP, en la inclusión de este artículo, que por primera vez reseña los entretelones de este episodio del cual todos hablan, pero que muchos han empezado a olvidar, por interesada amnesia o realmente por el paso del tiempo.

Por Bernardino Rodríguez C.


    Recuerdan los periodistas que cubrían  Palacio en 1968, que a poco de asumir el poder mediante un golpe militar, al general Juan Velasco Alvarado le preguntaron si respetaría la libertad de prensa. Con su estilo áspero y  populachero respondió con una sola palabra: “Depende”.

    Efectivamente, no había pasado un mes del derrocamiento del gobierno constitucional de Fernando Belaúnde, perpetrado en la oscura madrugada del jueves 3 de octubre, cuando el primero de noviembre   dispuso la clausura de los diarios “Expreso”, “Extra”, y “La Tribuna”, la revista “Caretas”, el semanario  “Unidad” y “Radio Continente”. Tenían distinto matiz político, pero a la dictadura no le gustaba sus opiniones divergentes. La reacción de la Federación de Periodistas del Perú fue contundente: Una huelga de diarios y noticieros, sin precedentes en el país.

    Velasco escucha a algún asesor que este hecho perjudica su imagen externa, en instantes en que numerosos gobiernos aún se resistían a reconocerlo por el hecho de haber eliminado por la armas  el orden democrático. De modo que, astuto como más tarde demostraría serlo,  levanta la orden de clausura. Lo suyo era un paso atrás, al estilo de la concepción leninista, para dar dos adelante, como ocurriría  en los años siguientes en que dio un salto felino sobre la libertad de expresión y tomó para sí todos los diarios.

    Después de la expulsión de la IPC de Talara y los yacimientos petrolíferos del norte, el 9 de octubre,  fueron expropiadas dieciocho haciendas dedicadas a la ganadería, propiedad de la empresa minera norteamericana “Cerro de Pasco Corporation” el 10 de diciembre. Ya en la víspera del nuevo año, 31 de diciembre, fue expulsado el capital extranjero de la propiedad de los bancos comerciales peruanos. El país asistía por primera vez a una dictadura de orientación izquierdista y estatista. No era, después de todo, un caso excepcional en América Latina, porque había  entonces regímenes  militares  con esa tendencia, al  influjo del modelo cubano.  Ya se hablaba de una “revolución caliente” de coroneles de corte nasserista que fueron los que dieron el golpe con Velasco, los mismos que con el nuevo régimen comenzaban a pasar a la jerarquía de generales. 

    Pero a la vez que avanzaban estos cambios sociales, el asedio a la prensa persistía. Se comprobaba que el militarismo peruano podrá ser de izquierda o derecha, pero igualmente no soporta se discuta sus determinaciones. En efecto,  este mismo mes fue prohibida de ingresar al Perú la revista “Visión” y se decretó un “Estatuto de la Libertad de Prensa”, cuyo contenido otorgaba beneficios económicos al profesional de la prensa, pero a la vez tipificaba infracciones y establecía sanciones en el ejercicio periodístico, prohibía la presencia de extranjeros en los medios de prensa, Le ponía, en suma,  “parámetros” a la libre expresión, por decirlo con un término que usó su mentor el líder democristiano Héctor Cornejo. Chávez 

    Velasco provenía de familia modesta,  había sido soldado raso para luego llegar a la condición de oficial. Nació en Castilla, en el interior de Piura, pero no existen referencias sobre una inclinación socialista durante su vida castrense. Ascendió por su disciplina y dedicación, pero no precisamente por su cultura. No podía pronunciar un discurso, sino leía el que le habían preparado. Y los leía mal. Tenía una tos crónica que le hacía interrumpir bruscamente la lectura.

    Es probable que su audacia golpista haya sido más bien insinuada y alentada por subordinados con ideas progresistas y que luego gobernaron con él. Si fue así, no se equivocaron porque convertido en jefe de gobierno probó tener coraje para romper lanzas contra la oligarquía y asumir para sí el rol de redentor de los desposeídos. Cuando hablaba usaba  un lenguaje virulento y ofensivo contra quienes se le oponían: “peruanos indignos”, “traidores”, “miserables”, “sinvergüenzas”,  etc. y no cesaba de quejase de que los grandes diarios ocultaban lo bueno que hacía `por el pueblo. A su juicio el mundo lo aplaudía, “pero los periódicos criollos, serviles y vende patria,  ocultan estos hechos  al pueblo”. 

    El año de 1970  comienza con malos presagios para la prensa. Para entonces el gobierno ya tenía asesores comunista principalmente, democristianos y algunos de procedencia aprista que entendían estaba ejecutándose la transformación social que su partido no había concretado. Muchos de ellos provenían de las aulas universitarias, donde había una acendrada difusión del marxismo. Ellos habían hecho entender al líder de la “Revolución Peruana” que la prensa que no lo apoyaba incondicionalmente, era parte de una montada campaña de la “contrarrevolución” y voceros de la oligarquía. Ergo, eran sus enemigos. 

Entonces, siendo esta una guerra, había que destruirlos. 

    El 2 de enero es embargada “La Tribuna”, diario aprista,  por una serie de deudas al Banco de la Nación. No resultaba circunstancial lo ocurrido, porque el periódico en verdad fue estrangulado al reprimirse vía fiscalización tributaria a los anunciantes publicitarios.

El asalto de “Expreso”

    El 4 de marzo, con fuerte dotación policial,  asalta el gobierno  los diarios “Expreso” y “Extra”  de propiedad de Manuel Ulloa que estaba en el exilio, para entregarlos a un sector de sus trabajadores identificados con la política revolucionaria, éstos se  organizan apresuradamente en una cooperativa, mientras muchos otros son impedidos de ingresar a su trabajo. Destacados periodistas como Guillermo “cuatacho” Cortez  Núñez, Luis Loli Roca, Gerardo Calderón, José Mujica Málaga, quedaban fuera. Hernando Aguirre Gamio, asumió la dirección, debutando con un titular de primera que decía “Expreso ya es del pueblo”. Rafael Roncagiolo, Efraín Ruiz Caro (luego director), Francisco Landa, Juan Gargurevich, Francisco Moncloa, se encargarían de disparar fuego graneado todos los días contra “la prensa reaccionaria” y defender la revolución.  Años más tarde, Velasco, ya retirado del gobierno, siempre con su tosquedad para expresarse, dijo que les dio ese periódico a aquellos colegas izquierdistas para usarlos como  “mastines”.  

    Ya a mitad del setenta, mientras el país entero estaba atento a la participación del equipo peruano de fútbol en el Mundial de México,  el denominado “Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas” arremete contra el llamado “Imperio Prado”  que al perder sus propiedades también deja de ser dueño  del tradicional diario “La Crónica” que pasa a manos del Estado. Caía el año cuando en diciembre, una nueva  Ley de Radio y Televisión  convierte al Estado en propietario del 51 por ciento de las acciones de las principales cadenas nacionales. 

    Para entonces el gremio periodístico había dejado de estar sólidamente unido, por una acalorada discrepancia respecto a la orientación socialista del gobierno militar.  El Congreso de la FPP en Huancayo eligió presidente a Carlos Paz Cafferata, pero la entidad sufrió una grave escisión liderada por su fundador Genaro Carnero Checa que reclamaba para sí la condición de presidente. Zimmermann, jefe de prensa de Palacio,  no ocultaba su apoyo a la facción revolucionaria. La sede de la FPP llega a ser asaltado por la facción de Carnero.

    Así llegó 1974, entre el asedio oficial a la prensa opositora, presiones vía la justicia sometida al gobierno, deportaciones, autocensura para evitarse problemas  y permanentes puyazos entre medios de comunicación adictos y adversos. En marzo fue creado el Sistema Nacional de Información (SINADI) a cargo de un general. Su función, decía la norma legal, consistía en coordinar la comunicación de los medios de comunicación del Sector Público Nacional. En la práctica era algo más, presionaba a los medios privados y, según se decía, sugería qué periodista debería ser deportado.  

La noche negra de la prensa

    Pero lo del 27 de julio, fue un hecho sin precedentes en la historia política peruana. En las primeras horas del nuevo día, mediante un decreto que recién ese mismo día publicaría “El Peruano”, el gobierno toma para sí los diarios de Lima. Comités directivos nombrados oficialmente asumen la administración en reemplazo  de los dueños que son despojados de sus empresas, apoyados por las fuerzas policiales en un gran despliegue de seguridad. 

    No fue aquella, sin embargo,  una medida sorpresiva. Desde inicios de mes, “Expreso” había iniciado una agresiva campaña acusando a la prensa no adicta al régimen de estar conjurando contra aquel. La prueba, según el periódico, era un almuerzo que habían tenido los señores Miró Quesada, Beltrán, Agois, etc. en el comedor del piso 10 de la FPP invitados por esta institución gremial  en una actividad que, explicaron luego sus dirigentes, solo tenía propósitos de relaciones públicas tanto así que convocaron a la prensa para que cubra información de una reunión social sin precedentes.

    De nada valió la opinión irónica del Ministro de Marina Luis Vargas Caballero, que replicó “a nadie se le puede ocurrir conjurar al medio día, en lugar público y luego publicar una fotografía de la reunión  en los diarios”. El propósito de tomar de una  vez  toda  la prensa, provenía de tiempo atrás por parte de algunos sectores de la revolución, idealizando una prensa “sin patrones ni mordaza” y “una auténtica libertad de expresión” Para animar al general Velasco a tomar la medida, resultaba excelente demostrarle cómo los propietarios de esta prensa se reunían como nunca antes lo habían hecho para emprender luego una escalada contra la revolución. El plan  tuvo un traspiés, sin embargo, con las expresiones discrepantes de Vargas Caballero, a la sazón Comandante General de la Armada. 

Velasco lo relevó y pasó al retiro imponiendo a un oficial de la Armada a quien no le correspondía el cargo por línea de carrera. La Junta de Almirantes respaldó inicialmente a Vargas Caballero y los buques de guerra se hicieron a la mar en señal de enfrentamiento. Se produjo una grave crisis institucional que luego fue superada cuando la Junta aceptó la imposición de Velasco. .  

    Estaba anunciada la visita de Raúl Castro Ruz, hermano de Fidel Castro, para los días de Fiestas Patrias. Este hecho jugaba a favor de quienes presionaban para una intervención de la prensa, si acaso la visita no había sido coordinada con este objetivo.  Se comentó mucho por entonces  que el mismo visitante, ya en Lima, habría transmitido  a Velasco mensaje de Fidel:. “No hay  revolución con prensa independiente” le habría dicho. Ya trabajaba para entonces una comisión presidida por Cornejo Chávez el plan para “la nueva prensa” nacional y de su existencia se sabía porque estaba anunciado por los diarios. Nadie sabía en qué consistiría este cambio aunque se presumía que sus propietarios quedarían reducidos en su poder real. 

    Visitó Lima, días antes de Raúl Castro,  el Presidente de México Luis Echevarría  No se dio por enterado este conspicuo hombre del PRI, del grave peligro que corría la libertad de prensa en el Perú y tras ser condecorado, habló de “fortalecer nuestras afinidades esenciales en beneficio de nuestros compatriotas”

    En la misma página de “La Prensa” del 16 de julio, en la que aparece el demócrata Echevarría exhibiendo el galardón,  rodeado de uniformes militares, se publica  también una declaración de la Federación de Periodistas del Perú, que remarca sus añejos principios: “Las objetivos y finalidades del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, al margen de su justicia o necesidad histórica, no pueden ni deben recortar o condicionar la libertad de expresión que son inherentes a la dignidad humana”.Luego añade, “no importa quien sea el propietario de las empresas  periodísticas, lo que importa es que el pueblo peruano disponga de una gama de información y opinión que le permita escoger libremente su publicación”. 

Pero, ya nada podía detener la decisión. En la madrugada del 27 de julio, se consumó el asalto. Fue una noche para la historia, pues los periodistas masivamente esperaban en sus diarios este instante para protestar como ocurrió principalmente en “La Prensa” y “Última Hora” o para celebrar como fue en el caso de los trabajadores sindicalizados del diario “El Comercio”. Los diarios quedaron en manos del Estado bajo la administración de comités directivos  y  directores periodísticos nombrados por el gobierno. 

    En los comités directivos figuraron dos periodistas que, suponemos, hoy quisieran olvidar aquella tarea cumplida para la dictadura, Raúl Vargas y Juan Paredes Castro. También tuvo aquella misión Rafael Roncagliolo, luego en democracia Secretario del Acuerdo Nacional, algo así como promotor del entendimiento. Entre los directores estuvieron el mentor de este “plan de socialización de la prensa” Cornejo Chávez, (“El Comercio”),  Hugo Neira Samanez, (“Correo”); Augusto Rázuri Seminario (“Ojo”);  Walter Peñaloza, (“La Prensa”) Ismael Frías (“Última Hora”). Lo inesperado para la gente de “Expreso” fue que el gobierno los incluyera en la intervención. La  cooperativa  de los trabajadores fieles a la revolución, también fue intervenida juntamente con la contrarrevolución y nadie protestó. Al contrario, en la edición siguiente, aplaudieron su intervención. En el caso de “Correo”, no solo fue intervenido el diario que se editaba en Lima, sino las filiales de  Arequipa, Tacna, Huancayo y Piura. “La Crónica” y “La Tercera” ya desde antes estaban en manos del Estado.

    Zimmermann, consumado el asalto masivo de diarios, se dirigió a “El Comercio”, su ex casa donde había trabajado al servicio de los Miró Quesada hasta que Velasco, su amigo de tiempo atrás, lo llevó a Palacio. Fue aplaudido por los trabajadores de talleres. Allí reveló que este cambio en la propiedad de los diarios, estaba considerado en el Plan Inca, desde inicios de gobierno. No resultaba creíble esto. El referido plan parece fue elaborado muchos años después del golpe, cuando el régimen comenzó a encaminarse de su  nacionalismo puro a un corte socialista.

    Velasco presenció el desfile militar del 29 acompañado de un sonriente Raúl Castro. El Perú exhibió poderoso armamento ruso. Esa misma noche en Miraflores hubo serios disturbios con un saldo de 400 detenidos, nada menos. El grito era “¡Libertad, Libertad!”. La CGTP controlada por el comunismo moscovita  replicó con una marcha de apoyo a la confiscación, delante de Palacio. 

Afuera del país, puso el grito en el cielo la Sociedad Interamericana de Prensa y varios diarios importantes de Latinoamérica editorializaron censurando la medida. 

    Decía la disposición del gobierno que solamente duraría un año la intervención de la gran prensa peruana, a través de los comités directivos. Luego  pasaría, se anunció, a los sectores debidamente organizados de la población. Era visible, sin embargo, la improvisación de la medida.  “El Comercio”,  diario de gran aceptación en los estratos altos, sería de los campesinos. “Ojo”, gritón y sensacionalista, sería de los intelectuales y los artistas. La Cadena “Correo”, formada por cinco diarios y que tenía llegada fuerte en provincias, estaba asignada enteramente  a los profesionales. 

    En Arequipa,  el ciudadano Adolfo Eguiluz Solari había pedido a su amigo el general Gómez Becerra,  jefe militar de la región, interceda para que lo nombren administrador de Correos y Telecomunicaciones. Grande fue su sorpresa cuando lo nombraron director del diario “Correo”. 

“Razzia” en las redacciones

    El primer efecto interno de la incautación, fue una razzia principalmente de la plana mayor de los medios intervenidos, editores, jefes de redacción, jefes de informaciones y también redactores y reporteros. Externamente esto repercutió en una pérdida de calidad periodística de los diarios y a la larga en una disminución del nivel profesional; los periodistas jóvenes habían perdido a sus maestros.

    Las publicaciones se empeñaban en sostener que ahora sí había libertad de expresión. Pero era imposible aceptarlo, porque los periódicos estaban uniformizados en noticias. Todo era ditirambos al régimen y voces de aliento a la continuación  y profundización de la revolución. Era vox pópuli que los directores eran llamado al SINADI para coordinar acciones y hasta para llamarles la atención.  

    Rápidamente descendió la circulación  de la prensa. Los tirajes de 100 mil, 80 mil, 60 mil ejemplares diarios, pasaron a 40 mil, 30, 20 mil y hasta menos. Se había perdido la credibilidad y Lima se convirtió en la ciudad de los rumores políticos. “Caretas” se convirtió en un dolor de cabeza para el Gobierno Revolucionario, porque elevaba su tiraje y se agotaba y hasta se revendía a mayor precio, gracias a su independencia. Con sus directores Doris Gibson y Enrique Zileri, batió el record de clausuras. Un grupo de ex periodistas de “La Prensa” y “Ultima Hora”,  desafiaron al régimen editando el semanario “Opinión Libre”; con escasas páginas y mayor precio vendía más que los diarios incautados. En  Palacio no soportaron la afrenta y los deportaron en masa: Guido Chirinos, Arturo Salazar Larraín, Mario Castro Arenas,.Oscar Díaz Bravo, entre otros. “Oiga” de Francisco Igartua, aplaudió el golpe, apoyó las medidas estatistas y el cambio social, tenía a cambio avisaje del Estado; pero al producirse la intervención de los diarios, discrepó. Tampoco le perdonaron la discrepancia, fue detenido, metido a un avión y echado del país.

El “Limazo” del 5 de febrero

    Cosas que tienen el manejo de la opinión pública. Velasco acusaba a la prensa de serle adversa y limitar el avance de su revolución. Cuando la tuvo toda en sus manos, se debilitó su gobierno. El 5 de febrero de 1975, a raíz de una huelga de efectivos de la Guardia Civil, se desató la violencia en las calles de Lima y la turba incendió los talleres de “Correo” y “Ojo” entre otros edificios como el Círculo Militar, Centro Cívico, etc. Antes en el Cusco, el pueblo incendió el SINAMOS. 

La dictadura peruana de izquierda estaba herida. Entonces, próximo al 28 de julio y debilitado el régimen en respaldo político, resolvió prorrogar la transferencia de los diarios a los sectores organizados para seguir usándola como arma de defensa. No se supo de discrepancia alguna con la medida por parte de quienes a diario desde sus páginas alentaban esa transferencia. 

    Se dice, no sin razón, que Velasco no hubiera caído el 29 de agosto siguiente, si no hubiera tomado para sí todos los diarios un año atrás.
    Es posible.


Texto cedido gentilmente por el autor para su publicación en esta página web. El autor autoriza su reproducción, siempre y cuando no se mutile el artículo y se conserve el crédito correspondiente.

martes, 19 de abril de 2011

Periodista de combate

17 de abril de 2011

Suplemento Domingo de La República


Acaba de aparecer el documental La Cantuta en la Boca del Diablo, que recoge la investigación realizada por Edmundo Cruz, periodista de esta casa, en el esclarecimiento de los crímenes a un profesor y nueve estudiantes de esa universidad. Aquí habla de su trayectoria política en la izquierda peruana y de cómo fue migrando del periodismo partidario al periodismo de investigación. 

Por Raúl Mendoza

La política y el periodismo se han mezclado siempre en la vida de Edmundo Cruz. Durante su juventud fue un importante dirigente del Partido Comunista Peruano de tendencia moscovita, pero también eficaz director de Unidad, la publicación del partido en la que la ‘línea’ era de agitación y propaganda. Eran los años 60, épocas del triunfo de la revolución cubana y de cambios en América Latina. Desde entonces lo acompaña una forma de encarar el periodismo que él describe como “trabajar al filo de la navaja”.


Es decir, la costumbre de enfrentar al sistema le viene de sus épocas militantes. Quince años estuvo ligado al PCP y a Unidad. Además de hacer política partidaria, en ese lapso fue colaborador, reportero y finalmente director del vocero izquierdista. Según sus palabras, entró al PCP más por emoción social que por adhesión teórica marxista, y una vez adentro llegó y se quedó en el periodismo casi por selección natural.


“Como reportero de Unidad viajé por todo el Perú y el mundo. Ahí donde había un incendio social, yo iba a reportear. Estuve en las grandes huelgas mineras, en las protestas de Arequipa o cuando Víctor Raúl Haya de la Torre fue expulsado del Cusco. Estuve también en los países de la órbita de la Unión Soviética, y muchos otros de Sudamérica”, recuerda. Ya entonces –como ocurrió después durante el fujimorato– los organismos de seguridad le seguían los pasos. Muchas veces acabó en la Prefectura o en Seguridad del Estado.


Edmundo hacía periodismo de opinión, de posición partidaria, de combate. Y debió vacunarse obligatoriamente contra el miedo cuando la policía lo buscaba. Como parte de esa labor también aprendió lecciones que le servirían para su trabajo posterior. Por ejemplo, que hacer periodismo para una organización política es sesgado y que usualmente la verdad se supedita a la línea del partido. “A pesar de ello, ahí descubrí lo que significa la independencia y me curé del dogmatismo”.


Esas dudas y dilemas las procesó durante un tiempo y decidió romper con el partido en 1974, cuando el país era manejado por un gobierno militar. Edmundo llegó a ser un dirigente de peso nacional en el PCP y hombre cercano a Jorge del Prado, líder histórico de la organización. No obstante, la ruptura fue radical. “Por ejemplo, veíamos el gobierno militar de forma diferente. Yo pensaba que tenía matices, que estaba tirado a la izquierda, y ellos no. Me di cuenta de la dependencia que tenían de Moscú o China”, cuenta.


También influyó en su alejamiento el hecho de que las prioridades fueran más ideológicas que basadas en la realidad concreta. “Los mineros marchaban hacia Lima por sus reivindicaciones y el partido que, se suponía, era la vanguardia de las clases populares discutía el viaje del secretario general al Congreso de China. Los mineros eran el último punto de agenda. Entonces me di cuenta de que le estaba dando demasiado al partido y los dirigentes no”. Edmundo se alejó definitivamente de la militancia y cerca de los cuarenta debió replantearse qué hacer.


Docente y periodista


Fue entonces que empezó una nueva etapa ligado a la docencia y a la prensa laboral. “Trabajé como asesor de prensa de la Federación Bancaria, del sindicato telefónico, de la Federación Luz y Fuerza. Editaba las revistas de estas instituciones y me iba bien”, contó hace años a la revista Quehacer. También enseñó periodismo en la escuela Jaime Bausate y Mesa por más de una década y ahí llegó a ser director académico. Justamente aquí conoció a Ricardo Uceda, quien fue su alumno y lo invitó a trabajar con él en un diario de nombre La Razón. “Fue la oportunidad de pasar al periodismo masivo, aunque esa experiencia solo duró 39 días”, cuenta.


No obstante, Uceda lo volvería a llamar cuando llegó a la revista Sí. Recién entonces, con más de 50 años, Edmundo Cruz incursionó en el periodismo de investigación, cubriendo fuentes militares. De esas épocas se recuerda mucho la investigación sobre el crimen de La Cantuta, que tuvo a Edmundo, a José Arrieta y a Ricardo Uceda como los principales impulsores, por todo el impacto mediático que tuvo y porque llegó a identificar al grupo Colina. Pero hubo otras investigaciones: Edmundo recuerda que en 1991 fueron los primeros en dar a conocer escaramuzas entre Perú y Ecuador en una zona de frontera.


Un hito fronterizo había sido movido del lado ecuatoriano y había peligro de conflicto. Al final, el tema se arregló a nivel diplomático con el llamado “pacto de caballeros”, pero el caso sirvió para llamar la atención sobre la superioridad aérea ecuatoriana, algo que quedó probado en el conflicto de 1995.


“Recuerdo también una investigación sobre un funcionario de la embajada de EEUU que le vendió secretos militares peruanos a Ecuador. Lo vimos en un cable, averiguamos quién era con fuentes militares y diplomáticas –se llamaba Frederick Hamilton–, y conseguimos una fotografía suya que pusimos en portada. Para identificarlo llevamos varias fotografías a una fuente militar y nos dijo: este es”. Edmundo recuerda su paso por Sí porque fue una revista que le dio mucha importancia al periodismo de investigación.


Más tarde, con una credibilidad ganada a pulso y una destacada carrera periodística, llegaría a La República. Aquí también hizo destapes de gran impacto:el Plan Bermuda, que tenía como objetivo asesinar al periodista César Hildebrantd y otros periodistas de oposición; el respaldo que las fuerzas armadas daban a Alberto Fujimori para su re-reelección en el 2000 con el ‘caso Vladipolos’; o el túnel que se construyó bajo la embajada japonesa cuando fue tomada por el MRTA.


En todo este tiempo Edmundo ha mantenido un proverbial perfil bajo y una acuciosidad intachable. Es de los periodistas que no publica algo de lo que tenga una ligera duda, de los que consigue todos los documentos y las fotos necesarias, y de los que se toma el tiempo que hace falta para no dejar cabos sueltos. Es también un hombre que siempre ha tenido el corazón a la izquierda y que, a los 73 años, no deja de trabajar al filo de la navaja.


LAS DISTINCIONES


Edmundo Cruz ganó en 1998 el premio María Moors Cabot, que otorga la Universidad de Columbia, en reconocimiento “al periodismo excepcional y el compromiso” en la carrera de un periodista. Con él fueron premiados ese año Jesús Blancornelas (con él en la foto), director de la revista mexicana Zeta, amenazada por el narcotráfico, y Andrés Openheimmer, periodista argentino que ha publicado libros sobre temas relevantes en América Latina. Otros periodistas peruanos que han ganado el premio son Gustavo Gorriti (1992) y Ricardo Uceda (2000). Edmundo Cruz también ha sido distinguido con el Premio Nacional de Derechos Humanos 2004.  

viernes, 8 de abril de 2011

El trotamundos

La República

04 de abril de 2010

Homenaje a Manuel Jesús Orbegozo.  


Tan intensos fueron sus viajes como enviado especial que Manuel Jesús Orbegozo tiene todavía mucho que contar de sus mil y una travesías de reportero. Por lo pronto, acaba de terminar sus memorias y tiene listo un poemario. Para más adelante anuncia dos libros con las fotografías que capturó en cinco continentes en medio de guerras o detrás de celebridades. Aquí la singular trayectoria profesional del incansable MJO.

Por: Raúl Mendoza

En cincuenta años de periodismo dio varias vueltas a la Tierra, fue testigo de revoluciones, vio caer gobiernos, entrevistó a líderes históricos, estuvo a punto de morir y fue el autor de historias que se convirtieron en primicias mundiales. Manuel Jesús Orbegozo fue corresponsal de guerra en los conflictos más cruentos que se desataron en el último medio siglo y un cronista que siempre buscó contar los hechos de primera mano. 


Hace seis años se alejó de las redacciones, pero continúa siendo un referente del periodismo que se zambulle en los acontecimientos para relatarlos con rigor escrupuloso. El día que conversamos, disparó sin grandilocuencia: “Llegué al periodismo de casualidad”. Era profesor y publicaba poemas en un diario de Trujillo, hasta que escribió una denuncia que logró su cometido. Entonces se hizo periodista.


MJO –así firmaba sus artículos– posee un récord en el periodismo local: el más alto kilometraje acumulado en viajes por los cinco continentes. Ha llegado a países remotos, que se incendiaban en guerras incomprendidas y que él quería explicar a sus lectores. Su primera gran cobertura fue la guerra de Biafra, en Nigeria, a donde llegó en 1968. Allí empezaría su labor de reportero trotamundos. “Hasta entonces solo había viajado por Sudamérica y dentro del Perú”, cuenta de esa etapa de su vida que duró 25 años y lo convirtió en el típico “enviado especial” que anda a la caza de una primicia.


Desde mucho antes Orbegozo escribía crónicas, entrevistas, reportajes o relatos en primera persona. “No importa el género, lo que siempre debe haber es el tono coloquial”, dice ahora, explicando la llegada que tenía en los lectores de La Crónica o El Comercio. Con una cámara Mamiya colgando del hombro, una libreta de notas, una grabadora enorme y un  pasaporte lleno de sellos, MJO se fue por el mundo: cubrió desde la guerra de Vietnam hasta los bombardeos que destruyeron Beirut, estuvo en Etiopía y en Afganistán, llegó al Sahara y descubrió China, caminó por las calles de Belfast ensangrentada y escribió despachos sobre la primera guerra del Golfo Pérsico; su último viaje periodístico.


De esos periplos han quedado historias como la de Mbare, la chica del consulado de Luanda, en Angola, con quien MJO se casó para que ella  le diera una visa de ingreso al Congo. Allí, en 1987, iban a enjuiciar y sentenciar a muerte al dictador Jean-Bedel Bokasa. “Si no me daban la visa ese día, ya no me la daban en una semana. Y me perdía el juicio. Ella me preguntó cómo era el Perú y después me propuso casarse conmigo a cambio de la visa. Acepté y después de la ceremonia fuimos a recoger mi pasaporte. Como ya estaba visado, le pedí que me esperara mientras yo iba a mi hotel a recoger mis cosas. De allí nomás salí al aeropuerto y volé al Congo. La dejé”, cuenta nostálgico.


Historias en África MJO tiene muchas. Una vez en el Chad se libró de la cárcel gracias a una foto. Lo habían detenido por no tener visa y después de alegar largo rato que era sociólogo, le mostró al oficial una imagen en la que él estaba junto a Pelé, el rey del fútbol. ¡Pelé!, fue todo lo que dijo el militar y lo soltó. También hay recuerdos tristes de este continente. El más doloroso fue durante la sequía que asoló Etiopía en la primera mitad de los 80. “Nunca lo voy a olvidar; a diario morían hasta 6 mil personas.


No había comida ni agua. Uno de esos días yo tomé una foto de una mujer a quien un niño se le moría en los brazos. Cuando volteé, un colega mexicano estaba llorando y me dijo: ‘Esto es terrible, me voy de aquí’. Yo me quedé dos días más, pero la tristeza me duró varios años”.

Las personas   



Alguna vez MJO explicó que lo mejor de los lugares visitados era conocer a la gente, su cultura, sus tragedias. Pasó noches con los saharahui en las arenas del desierto y también deambuló por los calles de una Calcuta, sobre la cual escribió lo siguiente: “Cuando abrí el portón de mi hotel de pobres para salir a la calle, me di de golpe con una espectáculo desesperante (…) la gente que llenaba la calle no había dormido allí porque la noche la hubiera sorprendido, sino que vivía allí día y noche, la calle era su casa, su sala, su comedor, la calle era su cocina y hasta su WC”.


En su andar periodístico también acumula anécdotas con líderes mundiales, escritores famosos y luminarias de todo tipo. Entrevistó a Pol Pot, el líder camboyano jefe de los jemeres rojos y responsable de la muerte de casi un millón de sus compatriotas, días antes de que fuera derrocado en 1979. El dictador respondió sin convicción a las preguntas, pero cuando Orbegozo ya se iba le regaló dos jarrones de laca roja que el periodista conserva aún sobre la chimenea de su casa en Miraflores.


MJO pasó una semana siguiendo a Ernest Hemingway en Cabo Blanco, allá por los años 50, cuando el escritor llegó para la filmación de “El viejo y el mar”. También entrevistó a Jorge Luis Borges, a quien acompañó una tarde desde la librería de Juan Mejía Baca en la calle Huérfanos hasta el Hotel Bolívar, donde el argentino se hospedaba. “Fue por los años 60, no recuerdo bien”, dice Manuel Jesús. Otra entrevista memorable fue la que le hizo a Gabriel García Márquez, horas después de que este recibiera el Nobel en Estocolmo. Recuerda que lo acompañó a cobrar el cheque del premio, pero de eso no hay fotografía. A Neruda lo entrevistó gracias a los buenos oficios de Germán Carnero Roque, un periodista de filiación comunista como el poeta chileno. 


Otro recuerdo recurrente es su intercambio de palabras con la Madre Teresa de Calcuta, a quien le preguntó: “¿Madre, lleva usted dinero en su bolso?”. La religiosa contestó que no, algo contrariada. Y acto seguido abrió su bolso para mostrar que ahí solo había un misal y un rosario. “¿Me regala el rosario?”, dijo el periodista casi sin esperanza. Después de alegar un poco, ella se lo entregó sonriendo. “Para que reces”.

Final del viaje



De sus viajes le han quedado una docena de pasaportes con las hojas selladas, decenas de tenedores que se llevó de los aviones en que viajó, souvenirs de los países y los entrevistados, miles de fotos y tres emergencias –una infección urinaria en Grecia, un cólico biliar en Tailandia y una arritmia cardíaca en Bolivia–. “Testigo de su tiempo” es la historia de sus viajes resumida en dos tomos.


Jubilado del periodismo y de la docencia, Manuel Jesús Orbegozo no ha dejado de escribir: ya terminó sus memorias; tiene poemas ordenados en un libro y está en tratativas para publicar otros dos volúmenes con las fotos que recogió en el mundo. “Hoy ya no se puede hacer este periodismo; las empresas no quieren gastar en enviados especiales, y los avances tecnológicos te ponen la noticia y las imágenes al instante en cualquier lugar del mundo. Lo que hice yo es algo que no se repetirá”.

El verano que pasó

La Republica

04 de abril de 2010

Por: Eloy Jáuregui





Existe un reportaje de Hemingway escrito para Life en tres entregas: “Un verano peligroso”, le pusieron los editores a aquello que luego publicaron como libro. Este no es el caso. Hablo de este verano que ya se acabó, de la patinada de Aurelio Pastor, del trabalenguas de Lourdes Flores, del choro monse, el tristemente célebre “Lucky Luciano”, de lo guapas que están las niñas de San Bartolo y de los tonazos en la casa del Dr. Morillas. Lo de “Eisha” está para la China Tudela y Josefina Barrón. Contaré de mis playas. Desde la Plaza San Martín, tranvías olorosos nos llevaban a La Punta. Y la línea de los “acoplados” que terminaba en Chorrillos a tiro de piedra de la playa de Agua Dulce. El verano era otra cosa y nuestra piel otra costra.


Hay una foto de La Punta. Es de los años cuarenta y cuelga como otras en la pared de la cantina de Don Giusepe. Cinco muchachas de vestidos ligeros apurados por el viento, caminan armonizadas con sus risas. Uno las imagina alegres y más jóvenes porque no solo supone que están enamoradas. Detrás, el viejo edificio de madera de los famosos baños y el letrero “Toddy” de la heladería que se afirma. Ese sería un verano glorioso. En realidad, La Punta, con prosapia desde 1910, era ardid y refugio para corsarios del verano. El mar, ese océano a orillas del goce y el pecado. El “point” de la época era el “Gran Hotel”, destruido por un incendio en 1914. Hoy todo es distinto. A la vera de la Escuela Naval, las playitas albergan a lorchos y zambos igualados que se codean mirando la isla de El Frontón y en la playa de Cantolao, los vecinos han separado su reducto para no ser infectados por el tufo de la cholería que baja a raudales a pegarse su playazo junto a la gente de estirpe antañona. El distrito luce esmerado, no obstante, en la esquina de la Cantina de Giusepe, todavía llegamos los de aquí y los de acullá. Harta huevera y choros a la chalaca.


Pero al otro lado, en Agua Dulce la arena es gris color gasfitero y el mar verde cual palta de estación. Las carpas a rayas, los barquillos y chupetes y las olitas con espuma a detergente y un olor a calcetín popular. El sol amariconado nos fríe al mediodía y mi padre me deja al cuidado de mis hermanas, ingresa al mar y por Pescadores se instala en el bar “Tíbiri Tábara” frente a una cerveza al polo. Canta Bienvenido Granda “Señora” y el viejo en truza a Tarzán de acequia baila en una loseta con una maroca con un aire a Sonia Furió. Yo lo observo cómplice. Mi padre es Fred Astaire y mete rodilla que da miedo. Lo dejo empiernado y me regreso.


Los tallarines rojos con su troncha de pollo al curry después de un chapuzón son una maravilla. Mi madre nos sirve con esmero y mis hermanas se embadurnan las piernas con una grasa hecha en casa. Da brillo y vigor me dice la mayor y yo celoso miro a los que la miran. Ahora estoy tirado sobre la arena semitapado y observo el cielo asombrado. Soy limeño de segunda generación y me pica mi ciudad, mis vecinos y el bajo vientre. Mi padre ha regresado ‘picado’. Me mira y sabe que soy su cómplice. Y mientras al sol se lo traga el mar, regresamos a casa con el único trofeo de clase: un manojo de lornas para la dignidad de nuestra vieja sartén.




Playa la Punta, Callao. José Carlos Mariátegui, César Falcón, Felix del Valle y una persona no identificada, aproximadamente en 1916.

Serpentín de La Herradura

Fuente La Republica


Por Eloy Jáuregui

Mi primera novia tenía 15 años y era una joven delgadita y con lentes,  que impecablemente, a las 11 de la mañana, echaba su cuerpo tras un traje a lo Rita Hayworth en las arenas de la playa de La Herradura. ¿Arena? Sí, la había en aquel tiempo y más. Existía el mejor bar, la mejor ola y la mejor bocina, que habitaban en esa playita que fue la joya del Pacífico, al sur del paraíso y donde descubrí que las persona se podían amar con trajes de baño, que las tías podían rajar de medio Perú y que nuestros padres se podían tirar un revolcón mientras los parlantes anunciaban que ya era las 6 de la tarde y el cielo les quitaba el permiso para ser rijosos.


Don Renato Lértora, barranquino con ADN de balneario de estirpe, llegaba de lujo a mirar la tierra rodar y mi familia se computaba que el lugar era Copacabana en Chorrillos donde uno podía encontrar restos de la guerra con Chile, subir por el “paso de la araña” para llegar a La Chira o meterse un gran pajazo aguaitando los departamentos de Las Gaviotas, edificio que se erectó al fondo del sitio para que la playa tenga prosapia de bahía a la manera de la Costa Azul del Mediterráneo.


Veguita sabe más del asunto porque ahí se computaba Carlos Dogny haciendo pesas con libros de viejo. Pero en La Herradura yo conocí a Paul Anka y Neil Sedaka cantándoles a las jóvenes casquivanas que hoy lloran la muerte vergal del tremendo Ricky Martin.


Esa vez que mi hermano mayor conducía un Mercedes Benz, y llegábamos con nuestras trusas  atigradas, conocí el concepto bar-mar.


El Donofrio, la Suizo o el Nacional eran antros, en el mejor sentido de la palabra, donde los de la clase media, chapábamos aires de igualados. Yo estrené mi traje de ‘Tarzán de acequia’ en la piscina, que entrando a la derecha, era un lugar para la carca repentina. Es de esa época que conocí a Eliana, el amor de mi vida, que no existía pero yo la soñaba para vivir con ella mis últimos días.


La primera vez que estuve en La Herradura llegué en bicicleta. En Surquillo alquilaban las ‘biclas’ y yo no había conocido a Julio Ramón Ribeyro. Mi aparato de 2 ruedas de pronto apareció en una pista angosta, en la orilla del abismo, y circundante a la vera de las sexualidades de las curvas de la pista. Ese era el famoso “Serpentín de la La Herradura”.  Confiaba en la habilidad para doblar en los recodos y sabía que a la velocidad que bajaba, me podía terminar empotrado en las garras de la mar. Hasta que uno pasaba El Salto del Fraile, y creía que era el capitán Nemo de Julio Verne.


Cuando mi hijo Rodrigo cumplió los 12 años, lo invité y se peló. Ya era otra playa. Todo, absolutamente todo, había perdido el encanto. Él exigía Río de Janeiro y yo le regalé una playa vieja y nublada de nostalgias. Es verdad, era una arena de memorias, un oleaje de melancolías. Cierto. Me pedí una cerveza. Miré el horizonte. Imaginé a las señoritas Cataño que llegaban a las 11 y se caleteaban a la hora que uno se pone duro, y me quedé escuchando las bocinas de una gaseosa que daba la hora. Tengo una memoria de felicidad, pero en alguna brecha me queda el desencanto. Mi madre, que se me muere en estos días, siempre que lucía su traje de baño me decía: “Quiérelos a todos”. Es verdad, ella temía solo al túnel de La Herradura. Yo también.

MÁS
Playa La Herradura en 1973

domingo, 20 de marzo de 2011

Los pregoneros de la noticia

Fuente El Comercio

16 de marzo de 2010

Ellos se amoldan a los cambios del tiempo, a las frías madrugadas que calan los huesos o a un caluroso mediodía ecuatorial. Siempre con un atado de periódicos bajo del brazo o sobre el hombro, y la garganta pregonando sin descanso. Estos niños o adolescentes que antes corrían con las noticias en los brazos, ¿por dónde caminan hoy?


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A fuerza de perseverancia y laboriosidad el canillita sortea los peligros de la urbe, las señales de tránsito en mal estado y los automóviles de choferes temerarios. Tener “sencillo” para el vuelto y vender todos los diarios que pueda antes de que cambie la luz del semáforo es un récord Guiness por registrar.

No hay sinónimo, ni siquiera palabra equivalente para valorar la actividad de este personaje de antaño y de hoy: movedizo, pregonero y heraldo de la noticia. El diccionario de la Real Academia Española, en su vigésima segunda edición, describe al canillita como “el vendedor callejero de periódicos”.

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El doctor Marco Martos, presidente de la Academia Peruana de la Lengua, confirma la definición y nos absuelve algunas inquietudes que se refieren al único canillita, aquel que, como dice el pregón, va por las calles ofreciendo noticias y no está todo el tiempo en un solo lugar.

Hablar del canillita peruano es recordar a un personaje sumido en increíbles experiencias e incontables luchas por ganar sus derechos; pero resaltemos sobre todo el talento de este infatigable trabajador.
Inicia la mañana, o mejor dicho llega junto con el amanecer a la puerta de los talleres para recibir paquetes de diarios y revistas, y salir disparado a ofrecérselos a la gente. Así era antes, como si todo fuera una estampa de Lima antigua.

Hoy, evidentemente, con los quioscos y supermercados, los compradores son los que van por el “producto” y en muchos casos podemos hablar de algunos canillitas sedentarios o dueños de una esquina. En este limbo de desconocidos se encuentran personajes cuya edad no es obstáculo para ofrecer los titulares; venden toneladas de papel impreso en el anonimato y sortean a algún gracioso que quiere solo “sencillar” su abultado billete.

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Hombres famosos fueron canillitas, como Abraham Lincoln o Thomas Alva Edison, pero también héroes ocultos que trabajaron a voz en cuello, entre ellos, Esteban Gregorio Quispe Huamalias, sargento primero del Ejército peruano durante la guerra con Chile en 1879.

El señor Quispe recuerda un pasaje de la batalla de Arica: “Yo vi cuando Alfonso Ugarte saltó del morro de Arica con la bandera peruana en la mano. Bolognesi y Andrés Avelino Cáceres fueron mis mejores jefes y los soldados más valientes que ha tenido el Perú”.

El “Abuelito”, como lo conocían sus amigos, recordó este pasaje en La Prensa el 29 de enero de 1962, cuando ostentaba nada menos que 106 años de edad. Quispe fue un valeroso combatiente de la Guerra del Pacifico, y además compartía el oficio de voceador callejero en tiempos de guerra.

Eximios artistas le dedicaron sus obras, entre ellos, el maestro Felipe Pinglo Alva en su inmortal vals “El canillita”. Hay estudiosos que explican su rol en la producción informativa, porque el vendedor de noticias es tan antiguo como el periodista.

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Luego de fundada la Federación Nacional de Vendedores de Diarios, Revistas y Loterías, cada 5 de octubre se celebra el “Día del Canillita”. El canillita se organiza, y su actividad consistirá en buscar lectores o compradores en la ciudad, ofreciendo su pregón con ingenio, como aves que cantan al amanecer. Más tarde, el doctor Alejandro Miró Quesada Garland contribuirá con el gremio al fundar “La Casa del Canillita”, la junta de asistencia a vendedores de diarios, revistas y loterías.

Tener “sencillo”, usar gorrita, mantener unos brazos fuertes para soportar todo el peso de la historia recién escrita, gritar “El Co, La Pre, Hora”, en alusión a los diarios de mayor venta de las décadas pasadas, ofrecer los fascículos coleccionables o imprimir el nombre del diario en su ropa, serán sus recursos y herramientas del día.

Pero habría que mencionar que en algún momento de 1962 su labor se “modernizo” al usar megáfonos a pilas para vocear las principales noticias. El cambio sugirió ventajas incontables para los anunciantes, pero atentó contra la campaña de erradicación de ruidos molestos. Hasta hoy la campaña persiste.

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El canillita tiene ahora una agresiva lucha contra la Lima actual de innumerables vendedores. Una ciudad ululante, tumultuosa, donde la voz se pierde inútilmente entre el ruido de los autos o los gritos de los cobradores de combis. Es una nueva lucha, la guerra del más rápido y del más gritón.
(Marleny López Lucas)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio