domingo, 20 de marzo de 2011

Los pregoneros de la noticia

Fuente El Comercio

16 de marzo de 2010

Ellos se amoldan a los cambios del tiempo, a las frías madrugadas que calan los huesos o a un caluroso mediodía ecuatorial. Siempre con un atado de periódicos bajo del brazo o sobre el hombro, y la garganta pregonando sin descanso. Estos niños o adolescentes que antes corrían con las noticias en los brazos, ¿por dónde caminan hoy?


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A fuerza de perseverancia y laboriosidad el canillita sortea los peligros de la urbe, las señales de tránsito en mal estado y los automóviles de choferes temerarios. Tener “sencillo” para el vuelto y vender todos los diarios que pueda antes de que cambie la luz del semáforo es un récord Guiness por registrar.

No hay sinónimo, ni siquiera palabra equivalente para valorar la actividad de este personaje de antaño y de hoy: movedizo, pregonero y heraldo de la noticia. El diccionario de la Real Academia Española, en su vigésima segunda edición, describe al canillita como “el vendedor callejero de periódicos”.

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El doctor Marco Martos, presidente de la Academia Peruana de la Lengua, confirma la definición y nos absuelve algunas inquietudes que se refieren al único canillita, aquel que, como dice el pregón, va por las calles ofreciendo noticias y no está todo el tiempo en un solo lugar.

Hablar del canillita peruano es recordar a un personaje sumido en increíbles experiencias e incontables luchas por ganar sus derechos; pero resaltemos sobre todo el talento de este infatigable trabajador.
Inicia la mañana, o mejor dicho llega junto con el amanecer a la puerta de los talleres para recibir paquetes de diarios y revistas, y salir disparado a ofrecérselos a la gente. Así era antes, como si todo fuera una estampa de Lima antigua.

Hoy, evidentemente, con los quioscos y supermercados, los compradores son los que van por el “producto” y en muchos casos podemos hablar de algunos canillitas sedentarios o dueños de una esquina. En este limbo de desconocidos se encuentran personajes cuya edad no es obstáculo para ofrecer los titulares; venden toneladas de papel impreso en el anonimato y sortean a algún gracioso que quiere solo “sencillar” su abultado billete.

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Hombres famosos fueron canillitas, como Abraham Lincoln o Thomas Alva Edison, pero también héroes ocultos que trabajaron a voz en cuello, entre ellos, Esteban Gregorio Quispe Huamalias, sargento primero del Ejército peruano durante la guerra con Chile en 1879.

El señor Quispe recuerda un pasaje de la batalla de Arica: “Yo vi cuando Alfonso Ugarte saltó del morro de Arica con la bandera peruana en la mano. Bolognesi y Andrés Avelino Cáceres fueron mis mejores jefes y los soldados más valientes que ha tenido el Perú”.

El “Abuelito”, como lo conocían sus amigos, recordó este pasaje en La Prensa el 29 de enero de 1962, cuando ostentaba nada menos que 106 años de edad. Quispe fue un valeroso combatiente de la Guerra del Pacifico, y además compartía el oficio de voceador callejero en tiempos de guerra.

Eximios artistas le dedicaron sus obras, entre ellos, el maestro Felipe Pinglo Alva en su inmortal vals “El canillita”. Hay estudiosos que explican su rol en la producción informativa, porque el vendedor de noticias es tan antiguo como el periodista.

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Luego de fundada la Federación Nacional de Vendedores de Diarios, Revistas y Loterías, cada 5 de octubre se celebra el “Día del Canillita”. El canillita se organiza, y su actividad consistirá en buscar lectores o compradores en la ciudad, ofreciendo su pregón con ingenio, como aves que cantan al amanecer. Más tarde, el doctor Alejandro Miró Quesada Garland contribuirá con el gremio al fundar “La Casa del Canillita”, la junta de asistencia a vendedores de diarios, revistas y loterías.

Tener “sencillo”, usar gorrita, mantener unos brazos fuertes para soportar todo el peso de la historia recién escrita, gritar “El Co, La Pre, Hora”, en alusión a los diarios de mayor venta de las décadas pasadas, ofrecer los fascículos coleccionables o imprimir el nombre del diario en su ropa, serán sus recursos y herramientas del día.

Pero habría que mencionar que en algún momento de 1962 su labor se “modernizo” al usar megáfonos a pilas para vocear las principales noticias. El cambio sugirió ventajas incontables para los anunciantes, pero atentó contra la campaña de erradicación de ruidos molestos. Hasta hoy la campaña persiste.

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El canillita tiene ahora una agresiva lucha contra la Lima actual de innumerables vendedores. Una ciudad ululante, tumultuosa, donde la voz se pierde inútilmente entre el ruido de los autos o los gritos de los cobradores de combis. Es una nueva lucha, la guerra del más rápido y del más gritón.
(Marleny López Lucas)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio

Metido en la cabeza del genio

Fuente El Comercio

21 de marzo de 2010

El médico peruano Alejandro Arellano, interesado en medir las ondas magnéticas del cerebro humano, tuvo en 1950 el privilegio de examinar el de Albert Einstein. Aquel encuentro en la casa del sabio marcó su vida
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Hay muchas perlas en los anaqueles del mundo, pero solo una como la suya quiero conservar. Con estas palabras, cuidadosamente escritas en una carta, el doctor tarmeño Alejandro Arellano Zapatero terminó de convencer a Albert Einstein para lograr lo que se antojaba imposible: analizar el cerebro del hombre que tanto iluminó al mundo.

“¿Cree usted que mi cabeza sea tan interesante como para merecer un estudio de tal naturaleza? Si usted lo piensa así, acepto”, le respondió el científico.

Por entonces, a mediados del siglo XX, el doctor Arellano trabajaba en el Hospital General de Massachusetts, luego de haber obtenido una beca en el Instituto de Salud Mental de Nueva York. Se encontraba abocado a un estudio que consistía en medir las ondas magnéticas del cerebro de las personas y percibir las diferencias.

Uno de los primeros genios que pasó por el Laboratorio de Electroencefalografía del hospital fue Norbert Wiener, quien ofreció además contactar a otros superdotados para el estudio.

“Yo le voy a escribir una carta personal [a Einstein], pero usted también escríbale”, le aconsejó Wiener a Arellano. “Y así fue la historia, un ave atrae a otra del mismo linaje”, confesaría cinco años después el galeno.
Con el equipo electroencefalográfico completo, Arellano partió la mañana del 8 de setiembre de 1950 a la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey. “El examen se realizó en la casa [ubicada dentro del campus] del profesor Einstein, así lo dispuso él”, recuerda hoy la esposa del médico, Katharina Hoffmann, una alemana de 84 años.

Un salón de mediano tamaño, austeramente amoblado y con pocos libros fue lo primero que llamó la atención del médico peruano, ansioso por estrechar la mano del sabio.

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“Era un hombre de 1,70 metros más o menos, de contextura delgada, expresión tranquila, amable, rostro un tanto arrugado, cabellera larga, blanca, fina, de mediana abundancia que cubría su cráneo y dejaba ver su amplia frente”, contaría sus impresiones en 1955 a este Diario.

Sobre la camilla preparada en su sala de estudio, y con el electroencefalógrafo bajo un pizarrón lleno de números y letras, el autor de la teoría de la relatividad se entregó como un manso cordero al examen. “Profesor, le ruego relajarse en lo posible, y reposar mentalmente”, le indicó el médico, a lo que Einstein contestó: “Me pide usted una cosa muy difícil, algo que nunca he hecho en mi vida”.

Era cierto. “Tengo un problema sobre la teoría de la relatividad que me preocupa profundamente”, confesó el sabio, y al instante las respuestas eléctricas cerebrales cambiaron. Tras dos horas, el examen terminó. “Me parecía un sueño haber confidenciado [sic] largo rato con el cerebro más grande de nuestro tiempo y guardar el tesoro gráfico de sus potencialidades”, confesaría años más tarde.

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La comunicación con Einstein prosiguió por medio de cartas, nos cuenta doña Katharina, hasta que el genio murió en 1955. Aquel encuentro marcó la vida del médico peruano. Le llovieron ofertas para quedarse en EE.UU. o ir a Europa para continuar con la investigación. Sin embargo, dejó todo y regresó a su país, acompañado por una guapa alemana 14 años menor que él, que se convertiría en la madre de sus siete hijos.
Hoffmann me cuenta que se conocieron en una oficina postal de Madrid, y que a los tres meses se casaron. “En octubre de 1952 viajamos al Perú, justo para la procesión del Señor de los Milagros”, rememora.

Arellano fue el pionero de la encefalografía en el Perú: trajo la primera máquina y realizó aportes importantes a la especialidad. Además, él y su colega Fernando Cabieses fundaron la Liga Peruana de Lucha contra la Epilepsia.

“Su trabajo fue excepcional, creó el servicio médico asistencial de electroencefalografía, atendía gratis a pacientes del hospital Dos de Mayo”, me dice uno de sus alumnos, el neurólogo Juan de Dios Altamirano.
Hace 14 años, tras un derrame cerebral, Arellano partió de este mundo. Mientras tanto, la histórica máquina con la que realizó el examen a Einstein se oxida en el frío sótano del Museo de la Nación, a la espera de ser trasladada a un lugar que esté más acorde con su valiosa historia.

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(María Fernández Arribasplata)
Fotos: Album familiar

El samurai mexicano

Fuente El Comercio

15 de febrero de 2010

Siempre que investigamos temas para un especial gráfico llegan a nuestras manos imágenes inéditas de personajes de otros tiempos. Hace unos meses, unas fotos de Pedro Vargas saliendo del Hotel Crillón, en el Centro de Lima, fueron el punto de partida para revisar qué más había detrás del mito mexicano.

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“Muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido…” era la frase con la que el Tenor de las Américas, Pedro Vargas, cerraba sus conciertos y entrevistas. Hace más de veinte años, un 30 de octubre de 1989, su voz se apagó mientras dormía. A lo largo de sus sesenta años de actividad artística don Pedro conquistó la radio, el cine y la televisión. Para alcanzar la fama internacional tuvo que recorrer un largo camino que lo consagró como un ejemplo de superación.

La imagen que da pie a este post se tomó a mediados de octubre de 1969. Durante esa apurada entrevista en plena avenida La Colmena, don Pedro relató cómo se inició en el canto: “Fui estudiante de medicina y llegué al segundo año. No podía imaginar que abandonaría el estetoscopio por los trajes de etiqueta y las partituras…Fue en 1928 que me hice profesional”.

Se ganó el apelativo de “El Samurai de la Canción” por la forma sobria como interpretaba los boleros. Su discografía reúne 70 LPS. Canción que grabada era un éxito asegurado. Tal vez no fue un galán como su tocayo, Pedro Infante, pero ocupó un lugar importante en la historia cinematográfica mexicana. Debutó como actor en la película “Los chicos de la prensa”. Y a decir del propio Vargas, “he grabado muchas películas siendo la principal La Marquesa del Barrio con Libertad Lamarque”.

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Los dejamos con dos videos de la estrella mexicana. El primero forma parte del homenaje que le hiciera el programa Siempre en Domingo al cumplir 80 años. Raúl Velasco, el trío Pandora, Enmanuel, Roberto Carlos, entre otros, le cantaron las mañanitas como si fuera el patriarca de la familia. El segundo fue toda una sorpresa pues nos permite comprobar por qué le decían el Samurai Mexicano. Dejémonos invadir por la voz del maestro…

(Lilia Córdova Tábori)

De cuando el carnaval duraba tres días

Fuente El Comercio

18 de febrero de 2010

Lo bonito y lo feo de los carnavales se resume en una frase: “Todos terminamos mojados”, nos guste o no, y a veces hasta embarrados. Pero, ¿cómo se llegó a jugar con agua y pintura? Este es un vuelo rasante por la carnavalesca historia de una de las fiestas más populares del mundo.


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Nosotros heredamos esta festividad de la vieja Europa, a través del legado español, por ende recibimos y transmitimos sus costumbres a lo largo de los años. En el caso de Lima, se sabe de celebraciones fastuosas y también de más austeras como los juegos de barrio, desde los años 20 del siglo pasado.

Los carnavales eran consideradas fiestas paganas, que solían festejarse en los días previos al miércoles de ceniza, como un desahogo general antes de llegar a la cuaresma, periodo de conversión espiritual para recibir la Semana Santa.

Lima de antaño celebraba sus carnavales con mucho colorido, en las zonas residenciales había grandes fiestas de disfraces, en las que se rociaba a los participantes con agua perfumada y papel picado. Las jovencitas se preparaban con mucho entusiasmo, pues de entre ellas se elegiría a la reina del carnaval.

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Más adelante estas celebraciones se extendieron a toda la población y grandes corsos recorrían las principales calles de la ciudad. Eran tres días de fiesta, domingo, lunes y martes, considerados como feriados. Sin embargo, los excesos crecientes en estas fechas fueron sancionados en varias oportunidades.

En 1923, la Municipalidad de Lima reorganizó el carnaval y el presidente Augusto B. Leguía prohibió el juego con agua; se introdujo el uso del chisguete de éter, el talco perfumado, la mixtura o papel picado y las serpentinas con mensajes de amor.

Mientras que en los años 30 apareció la famosa y temida “matachola”, con la cual se golpeaba a la gente con el pretexto de empolvarla, aunque algunos malandrines aprovechaban la ocasión para colocar piedras y reducir a sus víctimas.

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Más adelante, en 1958, la fastuosidad de años anteriores se fue perdiendo y las turbas de barrio se apoderaron de esta fiesta popular, convirtiéndola en un juego violento, al punto que nadie quería salir de su casa por miedo a ser atacado por pandilleros. De estas fechas se tienen datos de al menos 1.500 heridos por día, que en muchos casos debían recibir atención médica.

Los barrios más bravos de la época, ya eran reconocidos como tales. Así, por ejemplo, Barrios Altos en el Cercado de Lima, Malambito en El Rímac, y diversas zonas de La Victoria y el Callao.

Debido a estos desmanes, el presidente Manuel Prado ordenó suprimir, en 1958, el juego de carnaval en las calles, con el Decreto Supremo Nº 348. Este decreto debía extenderse en todo el país, a partir de 1959. También se declaró días laborables el lunes y martes, reduciéndose así los festejos solo al día domingo.

En la actualidad, los carnavales ya no tienen nada de glamorosos, al menos en la capital peruana. Aún se juega con agua, barro y pintura, y se perturba la tranquilidad de algunos vecinos que no quieren jugar; y, si bien debiera practicarse este juego solo los domingos, algunos carnavaleros los hacen en las vísperas, sorprendiendo a los pasajeros de transporte público con globos o baldazos a mano limpia.

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Ya no está vigente el D.S. de 1958, pero sí existen ordenanzas municipales que regulan los excesos según el criterio de cada comuna, las cuales aplican hasta pena de cárcel para los más avezados; sin embargo, igual que con las prohibiciones de antaño, siempre habrá quien juegue sin medida ni clemencia.

Aún cuando Lima se moderniza al paso de las nuevas generaciones, no olvidemos que un día tuvimos unas verdaderas fiestas de carnaval.

¿Y tú, todavía juegas con agua en balde?
(Rosa Hermoso Alvarado)

La niña que debió jugar a ser mamá

Fuente El Comercio

20 de enero de 2010

Al buscar temas para hacer nuestros post encontré una historia real y muy atípica para la época en que se desarrolló. Ocurrió en Lima, y describe cómo una menor afrontó el reto de ser madre a la edad del juego. Y esto hace más de 70 años…


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Conmocionó a la conservadora sociedad peruana, que entonces estaba muy pendiente de todo lo relacionado con la Segunda Guerra Mundial. Corría el año ‘39, cuando en la vieja Maternidad de Lima vio su primera luz Gerardo Medina, hijo de Lina Medina. Él nació mediante una operación cesárea, el 14 de mayo, Día de la madre. Hasta aquí no había nada extraordinario en esta historia, salvo la anécdota de la fecha.
Sin embargo, el parto de Gerardo fue registrado en el récord de la Academia Americana de Obstetricia y Ginecología; y es que su madre era apenas una pequeña de cinco años. Esta niña, que había desarrollado caracteres físico-sexuales a la corta edad de 2 años, quedó embarazada en circunstancias no esclarecidas, poco antes de cumplir los 5 años. Sus padres que vivían en el pueblito de Antacancha (Huancavelica), a 450 kilómetros al este de Lima, se alarmaron mucho cuando empezaron a notar que el vientre de la pequeña empezaba a crecer y pensaron que estaba tocada por algún maleficio.

Según las costumbres y creencias de algunos lugares en aquellos años, decidieron consultar con unos chamanes, pues para ellos Lina “tenía una culebra en la barriga” y había que sacársela para acabar con el mal. La sometieron a diferentes rituales andinos, heredados de las tradiciones incaicas, sin resultado alguno.

Por ello, su desesperado padre decidió trasladarla a Pisco para que la revisara un médico. Allí Gerardo Lozada, médico ginecólogo, luego de realizarle algunos exámenes para descartar un posible fibroma, descubrió que el “mal” que aquejaba a la niña era un embarazo de ocho meses. El médico, quien dio parte a la Policía del extraño caso, trasladó a la niña a Lima, en donde junto con otros especialistas, el doctor Rolando Colareta y el doctor Busalleu, atendió el parto.

Gerardo llegó al mundo con un estado saludable, pesando 2.700kg y midiendo 48 cm, y fue nombrado así en honor al doctor que atendió a Lina. El Comercio publicó el inusual parto en su edición del 15 de mayo de 1939. Ver la nota (PDF) en el siguiente enlace: linamedina.pdf

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Siendo un misterio el origen del embarazo, se especuló primero una violación sexual, delito por el que su padre, Tiburcio, fue detenido unos días y liberado después por falta de pruebas. También se acusó a un hermano mayor de la niña, quien sufría de alteraciones mentales, pero éste corrió la misma suerte del padre, quedando también libre de culpa.

Pobladores de la zona y vecinos de la familia crearon historias que iban desde una concepción divina como la de la Virgen María hasta la creencia de que el niño era un enviado del Dios Sol. No se descubrió entonces al padre de la criatura, pero la explicación científica de la concepción a tan corta edad se debió a que la niña sufría de pubertad precoz, fenómeno que se produce cuando existe una deficiencia u alteración del funcionamiento de la glándula pituitaria.

En la actualidad, Lina Medina, de 76 años, reside al lado de su esposo, Raúl Jurado, en un barrio humilde de Lima, rodeado de delincuencia y miseria, conocido como Chicago Chico, en el distrito de Surquillo. Su hijo Gerardo falleció a la edad de 40 años de un extraño mal a la médula. Ella nunca quiso declarar a la prensa y, hasta hoy, su esposo es el único que ha denunciado el incumplimiento del Estado y de los científicos que tanto le ofrecieron cuando su caso se hizo público.
(Rosa Hermoso Alvarado)