domingo, 20 de marzo de 2011

De cuando el carnaval duraba tres días

Fuente El Comercio

18 de febrero de 2010

Lo bonito y lo feo de los carnavales se resume en una frase: “Todos terminamos mojados”, nos guste o no, y a veces hasta embarrados. Pero, ¿cómo se llegó a jugar con agua y pintura? Este es un vuelo rasante por la carnavalesca historia de una de las fiestas más populares del mundo.


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Nosotros heredamos esta festividad de la vieja Europa, a través del legado español, por ende recibimos y transmitimos sus costumbres a lo largo de los años. En el caso de Lima, se sabe de celebraciones fastuosas y también de más austeras como los juegos de barrio, desde los años 20 del siglo pasado.

Los carnavales eran consideradas fiestas paganas, que solían festejarse en los días previos al miércoles de ceniza, como un desahogo general antes de llegar a la cuaresma, periodo de conversión espiritual para recibir la Semana Santa.

Lima de antaño celebraba sus carnavales con mucho colorido, en las zonas residenciales había grandes fiestas de disfraces, en las que se rociaba a los participantes con agua perfumada y papel picado. Las jovencitas se preparaban con mucho entusiasmo, pues de entre ellas se elegiría a la reina del carnaval.

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Más adelante estas celebraciones se extendieron a toda la población y grandes corsos recorrían las principales calles de la ciudad. Eran tres días de fiesta, domingo, lunes y martes, considerados como feriados. Sin embargo, los excesos crecientes en estas fechas fueron sancionados en varias oportunidades.

En 1923, la Municipalidad de Lima reorganizó el carnaval y el presidente Augusto B. Leguía prohibió el juego con agua; se introdujo el uso del chisguete de éter, el talco perfumado, la mixtura o papel picado y las serpentinas con mensajes de amor.

Mientras que en los años 30 apareció la famosa y temida “matachola”, con la cual se golpeaba a la gente con el pretexto de empolvarla, aunque algunos malandrines aprovechaban la ocasión para colocar piedras y reducir a sus víctimas.

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Más adelante, en 1958, la fastuosidad de años anteriores se fue perdiendo y las turbas de barrio se apoderaron de esta fiesta popular, convirtiéndola en un juego violento, al punto que nadie quería salir de su casa por miedo a ser atacado por pandilleros. De estas fechas se tienen datos de al menos 1.500 heridos por día, que en muchos casos debían recibir atención médica.

Los barrios más bravos de la época, ya eran reconocidos como tales. Así, por ejemplo, Barrios Altos en el Cercado de Lima, Malambito en El Rímac, y diversas zonas de La Victoria y el Callao.

Debido a estos desmanes, el presidente Manuel Prado ordenó suprimir, en 1958, el juego de carnaval en las calles, con el Decreto Supremo Nº 348. Este decreto debía extenderse en todo el país, a partir de 1959. También se declaró días laborables el lunes y martes, reduciéndose así los festejos solo al día domingo.

En la actualidad, los carnavales ya no tienen nada de glamorosos, al menos en la capital peruana. Aún se juega con agua, barro y pintura, y se perturba la tranquilidad de algunos vecinos que no quieren jugar; y, si bien debiera practicarse este juego solo los domingos, algunos carnavaleros los hacen en las vísperas, sorprendiendo a los pasajeros de transporte público con globos o baldazos a mano limpia.

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Ya no está vigente el D.S. de 1958, pero sí existen ordenanzas municipales que regulan los excesos según el criterio de cada comuna, las cuales aplican hasta pena de cárcel para los más avezados; sin embargo, igual que con las prohibiciones de antaño, siempre habrá quien juegue sin medida ni clemencia.

Aún cuando Lima se moderniza al paso de las nuevas generaciones, no olvidemos que un día tuvimos unas verdaderas fiestas de carnaval.

¿Y tú, todavía juegas con agua en balde?
(Rosa Hermoso Alvarado)

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