Todos los detalles de cómo se realizó la confiscación de los grandes diarios peruanos bajo la dictadura de Juan Velasco Alvarado, y de quienes intervinieron en ese abusivo episodio que inició la debacle de la prensa peruana.
Nota del Editor: El autor de este artículo, Bernardino Rodríguez C., es un periodista de la vieja escuela, apasionado y tremendamente dinámico, dirigente y promotor de muchos proyectos periodísticos, y además histórico protagonista de enormes jornadas profesionales tanto en su suelo natal Arequipa (en realidad Mollendo), como en Lima. El año pasado coincidimos en el rescate del olvido de la revista Primera Plana, órgano oficial de la Federación de Periodistas del Perú. Allí, ambos coincidimos, con la aprobación de Pablo Truel Uribe, entonces Presidente de la FPP, en la inclusión de este artículo, que por primera vez reseña los entretelones de este episodio del cual todos hablan, pero que muchos han empezado a olvidar, por interesada amnesia o realmente por el paso del tiempo.
Por Bernardino Rodríguez C.
Recuerdan los periodistas que cubrían Palacio en 1968, que a poco de asumir el poder mediante un golpe militar, al general Juan Velasco Alvarado le preguntaron si respetaría la libertad de prensa. Con su estilo áspero y populachero respondió con una sola palabra: “Depende”.
Efectivamente, no había pasado un mes del derrocamiento del gobierno constitucional de Fernando Belaúnde, perpetrado en la oscura madrugada del jueves 3 de octubre, cuando el primero de noviembre dispuso la clausura de los diarios “Expreso”, “Extra”, y “La Tribuna”, la revista “Caretas”, el semanario “Unidad” y “Radio Continente”. Tenían distinto matiz político, pero a la dictadura no le gustaba sus opiniones divergentes. La reacción de la Federación de Periodistas del Perú fue contundente: Una huelga de diarios y noticieros, sin precedentes en el país.
Velasco escucha a algún asesor que este hecho perjudica su imagen externa, en instantes en que numerosos gobiernos aún se resistían a reconocerlo por el hecho de haber eliminado por la armas el orden democrático. De modo que, astuto como más tarde demostraría serlo, levanta la orden de clausura. Lo suyo era un paso atrás, al estilo de la concepción leninista, para dar dos adelante, como ocurriría en los años siguientes en que dio un salto felino sobre la libertad de expresión y tomó para sí todos los diarios.
Después de la expulsión de la IPC de Talara y los yacimientos petrolíferos del norte, el 9 de octubre, fueron expropiadas dieciocho haciendas dedicadas a la ganadería, propiedad de la empresa minera norteamericana “Cerro de Pasco Corporation” el 10 de diciembre. Ya en la víspera del nuevo año, 31 de diciembre, fue expulsado el capital extranjero de la propiedad de los bancos comerciales peruanos. El país asistía por primera vez a una dictadura de orientación izquierdista y estatista. No era, después de todo, un caso excepcional en América Latina, porque había entonces regímenes militares con esa tendencia, al influjo del modelo cubano. Ya se hablaba de una “revolución caliente” de coroneles de corte nasserista que fueron los que dieron el golpe con Velasco, los mismos que con el nuevo régimen comenzaban a pasar a la jerarquía de generales.
Pero a la vez que avanzaban estos cambios sociales, el asedio a la prensa persistía. Se comprobaba que el militarismo peruano podrá ser de izquierda o derecha, pero igualmente no soporta se discuta sus determinaciones. En efecto, este mismo mes fue prohibida de ingresar al Perú la revista “Visión” y se decretó un “Estatuto de la Libertad de Prensa”, cuyo contenido otorgaba beneficios económicos al profesional de la prensa, pero a la vez tipificaba infracciones y establecía sanciones en el ejercicio periodístico, prohibía la presencia de extranjeros en los medios de prensa, Le ponía, en suma, “parámetros” a la libre expresión, por decirlo con un término que usó su mentor el líder democristiano Héctor Cornejo. Chávez
Velasco provenía de familia modesta, había sido soldado raso para luego llegar a la condición de oficial. Nació en Castilla, en el interior de Piura, pero no existen referencias sobre una inclinación socialista durante su vida castrense. Ascendió por su disciplina y dedicación, pero no precisamente por su cultura. No podía pronunciar un discurso, sino leía el que le habían preparado. Y los leía mal. Tenía una tos crónica que le hacía interrumpir bruscamente la lectura.
Es probable que su audacia golpista haya sido más bien insinuada y alentada por subordinados con ideas progresistas y que luego gobernaron con él. Si fue así, no se equivocaron porque convertido en jefe de gobierno probó tener coraje para romper lanzas contra la oligarquía y asumir para sí el rol de redentor de los desposeídos. Cuando hablaba usaba un lenguaje virulento y ofensivo contra quienes se le oponían: “peruanos indignos”, “traidores”, “miserables”, “sinvergüenzas”, etc. y no cesaba de quejase de que los grandes diarios ocultaban lo bueno que hacía `por el pueblo. A su juicio el mundo lo aplaudía, “pero los periódicos criollos, serviles y vende patria, ocultan estos hechos al pueblo”.
El año de 1970 comienza con malos presagios para la prensa. Para entonces el gobierno ya tenía asesores comunista principalmente, democristianos y algunos de procedencia aprista que entendían estaba ejecutándose la transformación social que su partido no había concretado. Muchos de ellos provenían de las aulas universitarias, donde había una acendrada difusión del marxismo. Ellos habían hecho entender al líder de la “Revolución Peruana” que la prensa que no lo apoyaba incondicionalmente, era parte de una montada campaña de la “contrarrevolución” y voceros de la oligarquía. Ergo, eran sus enemigos.
Entonces, siendo esta una guerra, había que destruirlos.
El 2 de enero es embargada “La Tribuna”, diario aprista, por una serie de deudas al Banco de la Nación. No resultaba circunstancial lo ocurrido, porque el periódico en verdad fue estrangulado al reprimirse vía fiscalización tributaria a los anunciantes publicitarios.
El asalto de “Expreso”
El 4 de marzo, con fuerte dotación policial, asalta el gobierno los diarios “Expreso” y “Extra” de propiedad de Manuel Ulloa que estaba en el exilio, para entregarlos a un sector de sus trabajadores identificados con la política revolucionaria, éstos se organizan apresuradamente en una cooperativa, mientras muchos otros son impedidos de ingresar a su trabajo. Destacados periodistas como Guillermo “cuatacho” Cortez Núñez, Luis Loli Roca, Gerardo Calderón, José Mujica Málaga, quedaban fuera. Hernando Aguirre Gamio, asumió la dirección, debutando con un titular de primera que decía “Expreso ya es del pueblo”. Rafael Roncagiolo, Efraín Ruiz Caro (luego director), Francisco Landa, Juan Gargurevich, Francisco Moncloa, se encargarían de disparar fuego graneado todos los días contra “la prensa reaccionaria” y defender la revolución. Años más tarde, Velasco, ya retirado del gobierno, siempre con su tosquedad para expresarse, dijo que les dio ese periódico a aquellos colegas izquierdistas para usarlos como “mastines”.
Ya a mitad del setenta, mientras el país entero estaba atento a la participación del equipo peruano de fútbol en el Mundial de México, el denominado “Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas” arremete contra el llamado “Imperio Prado” que al perder sus propiedades también deja de ser dueño del tradicional diario “La Crónica” que pasa a manos del Estado. Caía el año cuando en diciembre, una nueva Ley de Radio y Televisión convierte al Estado en propietario del 51 por ciento de las acciones de las principales cadenas nacionales.
Para entonces el gremio periodístico había dejado de estar sólidamente unido, por una acalorada discrepancia respecto a la orientación socialista del gobierno militar. El Congreso de la FPP en Huancayo eligió presidente a Carlos Paz Cafferata, pero la entidad sufrió una grave escisión liderada por su fundador Genaro Carnero Checa que reclamaba para sí la condición de presidente. Zimmermann, jefe de prensa de Palacio, no ocultaba su apoyo a la facción revolucionaria. La sede de la FPP llega a ser asaltado por la facción de Carnero.
Así llegó 1974, entre el asedio oficial a la prensa opositora, presiones vía la justicia sometida al gobierno, deportaciones, autocensura para evitarse problemas y permanentes puyazos entre medios de comunicación adictos y adversos. En marzo fue creado el Sistema Nacional de Información (SINADI) a cargo de un general. Su función, decía la norma legal, consistía en coordinar la comunicación de los medios de comunicación del Sector Público Nacional. En la práctica era algo más, presionaba a los medios privados y, según se decía, sugería qué periodista debería ser deportado.
La noche negra de la prensa
Pero lo del 27 de julio, fue un hecho sin precedentes en la historia política peruana. En las primeras horas del nuevo día, mediante un decreto que recién ese mismo día publicaría “El Peruano”, el gobierno toma para sí los diarios de Lima. Comités directivos nombrados oficialmente asumen la administración en reemplazo de los dueños que son despojados de sus empresas, apoyados por las fuerzas policiales en un gran despliegue de seguridad.
No fue aquella, sin embargo, una medida sorpresiva. Desde inicios de mes, “Expreso” había iniciado una agresiva campaña acusando a la prensa no adicta al régimen de estar conjurando contra aquel. La prueba, según el periódico, era un almuerzo que habían tenido los señores Miró Quesada, Beltrán, Agois, etc. en el comedor del piso 10 de la FPP invitados por esta institución gremial en una actividad que, explicaron luego sus dirigentes, solo tenía propósitos de relaciones públicas tanto así que convocaron a la prensa para que cubra información de una reunión social sin precedentes.
De nada valió la opinión irónica del Ministro de Marina Luis Vargas Caballero, que replicó “a nadie se le puede ocurrir conjurar al medio día, en lugar público y luego publicar una fotografía de la reunión en los diarios”. El propósito de tomar de una vez toda la prensa, provenía de tiempo atrás por parte de algunos sectores de la revolución, idealizando una prensa “sin patrones ni mordaza” y “una auténtica libertad de expresión” Para animar al general Velasco a tomar la medida, resultaba excelente demostrarle cómo los propietarios de esta prensa se reunían como nunca antes lo habían hecho para emprender luego una escalada contra la revolución. El plan tuvo un traspiés, sin embargo, con las expresiones discrepantes de Vargas Caballero, a la sazón Comandante General de la Armada.
Velasco lo relevó y pasó al retiro imponiendo a un oficial de la Armada a quien no le correspondía el cargo por línea de carrera. La Junta de Almirantes respaldó inicialmente a Vargas Caballero y los buques de guerra se hicieron a la mar en señal de enfrentamiento. Se produjo una grave crisis institucional que luego fue superada cuando la Junta aceptó la imposición de Velasco. .
Estaba anunciada la visita de Raúl Castro Ruz, hermano de Fidel Castro, para los días de Fiestas Patrias. Este hecho jugaba a favor de quienes presionaban para una intervención de la prensa, si acaso la visita no había sido coordinada con este objetivo. Se comentó mucho por entonces que el mismo visitante, ya en Lima, habría transmitido a Velasco mensaje de Fidel:. “No hay revolución con prensa independiente” le habría dicho. Ya trabajaba para entonces una comisión presidida por Cornejo Chávez el plan para “la nueva prensa” nacional y de su existencia se sabía porque estaba anunciado por los diarios. Nadie sabía en qué consistiría este cambio aunque se presumía que sus propietarios quedarían reducidos en su poder real.
Visitó Lima, días antes de Raúl Castro, el Presidente de México Luis Echevarría No se dio por enterado este conspicuo hombre del PRI, del grave peligro que corría la libertad de prensa en el Perú y tras ser condecorado, habló de “fortalecer nuestras afinidades esenciales en beneficio de nuestros compatriotas”
En la misma página de “La Prensa” del 16 de julio, en la que aparece el demócrata Echevarría exhibiendo el galardón, rodeado de uniformes militares, se publica también una declaración de la Federación de Periodistas del Perú, que remarca sus añejos principios: “Las objetivos y finalidades del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, al margen de su justicia o necesidad histórica, no pueden ni deben recortar o condicionar la libertad de expresión que son inherentes a la dignidad humana”.Luego añade, “no importa quien sea el propietario de las empresas periodísticas, lo que importa es que el pueblo peruano disponga de una gama de información y opinión que le permita escoger libremente su publicación”.
Pero, ya nada podía detener la decisión. En la madrugada del 27 de julio, se consumó el asalto. Fue una noche para la historia, pues los periodistas masivamente esperaban en sus diarios este instante para protestar como ocurrió principalmente en “La Prensa” y “Última Hora” o para celebrar como fue en el caso de los trabajadores sindicalizados del diario “El Comercio”. Los diarios quedaron en manos del Estado bajo la administración de comités directivos y directores periodísticos nombrados por el gobierno.
En los comités directivos figuraron dos periodistas que, suponemos, hoy quisieran olvidar aquella tarea cumplida para la dictadura, Raúl Vargas y Juan Paredes Castro. También tuvo aquella misión Rafael Roncagliolo, luego en democracia Secretario del Acuerdo Nacional, algo así como promotor del entendimiento. Entre los directores estuvieron el mentor de este “plan de socialización de la prensa” Cornejo Chávez, (“El Comercio”), Hugo Neira Samanez, (“Correo”); Augusto Rázuri Seminario (“Ojo”); Walter Peñaloza, (“La Prensa”) Ismael Frías (“Última Hora”). Lo inesperado para la gente de “Expreso” fue que el gobierno los incluyera en la intervención. La cooperativa de los trabajadores fieles a la revolución, también fue intervenida juntamente con la contrarrevolución y nadie protestó. Al contrario, en la edición siguiente, aplaudieron su intervención. En el caso de “Correo”, no solo fue intervenido el diario que se editaba en Lima, sino las filiales de Arequipa, Tacna, Huancayo y Piura. “La Crónica” y “La Tercera” ya desde antes estaban en manos del Estado.
Zimmermann, consumado el asalto masivo de diarios, se dirigió a “El Comercio”, su ex casa donde había trabajado al servicio de los Miró Quesada hasta que Velasco, su amigo de tiempo atrás, lo llevó a Palacio. Fue aplaudido por los trabajadores de talleres. Allí reveló que este cambio en la propiedad de los diarios, estaba considerado en el Plan Inca, desde inicios de gobierno. No resultaba creíble esto. El referido plan parece fue elaborado muchos años después del golpe, cuando el régimen comenzó a encaminarse de su nacionalismo puro a un corte socialista.
Velasco presenció el desfile militar del 29 acompañado de un sonriente Raúl Castro. El Perú exhibió poderoso armamento ruso. Esa misma noche en Miraflores hubo serios disturbios con un saldo de 400 detenidos, nada menos. El grito era “¡Libertad, Libertad!”. La CGTP controlada por el comunismo moscovita replicó con una marcha de apoyo a la confiscación, delante de Palacio.
Afuera del país, puso el grito en el cielo la Sociedad Interamericana de Prensa y varios diarios importantes de Latinoamérica editorializaron censurando la medida.
Decía la disposición del gobierno que solamente duraría un año la intervención de la gran prensa peruana, a través de los comités directivos. Luego pasaría, se anunció, a los sectores debidamente organizados de la población. Era visible, sin embargo, la improvisación de la medida. “El Comercio”, diario de gran aceptación en los estratos altos, sería de los campesinos. “Ojo”, gritón y sensacionalista, sería de los intelectuales y los artistas. La Cadena “Correo”, formada por cinco diarios y que tenía llegada fuerte en provincias, estaba asignada enteramente a los profesionales.
En Arequipa, el ciudadano Adolfo Eguiluz Solari había pedido a su amigo el general Gómez Becerra, jefe militar de la región, interceda para que lo nombren administrador de Correos y Telecomunicaciones. Grande fue su sorpresa cuando lo nombraron director del diario “Correo”.
“Razzia” en las redacciones
El primer efecto interno de la incautación, fue una razzia principalmente de la plana mayor de los medios intervenidos, editores, jefes de redacción, jefes de informaciones y también redactores y reporteros. Externamente esto repercutió en una pérdida de calidad periodística de los diarios y a la larga en una disminución del nivel profesional; los periodistas jóvenes habían perdido a sus maestros.
Las publicaciones se empeñaban en sostener que ahora sí había libertad de expresión. Pero era imposible aceptarlo, porque los periódicos estaban uniformizados en noticias. Todo era ditirambos al régimen y voces de aliento a la continuación y profundización de la revolución. Era vox pópuli que los directores eran llamado al SINADI para coordinar acciones y hasta para llamarles la atención.
Rápidamente descendió la circulación de la prensa. Los tirajes de 100 mil, 80 mil, 60 mil ejemplares diarios, pasaron a 40 mil, 30, 20 mil y hasta menos. Se había perdido la credibilidad y Lima se convirtió en la ciudad de los rumores políticos. “Caretas” se convirtió en un dolor de cabeza para el Gobierno Revolucionario, porque elevaba su tiraje y se agotaba y hasta se revendía a mayor precio, gracias a su independencia. Con sus directores Doris Gibson y Enrique Zileri, batió el record de clausuras. Un grupo de ex periodistas de “La Prensa” y “Ultima Hora”, desafiaron al régimen editando el semanario “Opinión Libre”; con escasas páginas y mayor precio vendía más que los diarios incautados. En Palacio no soportaron la afrenta y los deportaron en masa: Guido Chirinos, Arturo Salazar Larraín, Mario Castro Arenas,.Oscar Díaz Bravo, entre otros. “Oiga” de Francisco Igartua, aplaudió el golpe, apoyó las medidas estatistas y el cambio social, tenía a cambio avisaje del Estado; pero al producirse la intervención de los diarios, discrepó. Tampoco le perdonaron la discrepancia, fue detenido, metido a un avión y echado del país.
El “Limazo” del 5 de febrero
Cosas que tienen el manejo de la opinión pública. Velasco acusaba a la prensa de serle adversa y limitar el avance de su revolución. Cuando la tuvo toda en sus manos, se debilitó su gobierno. El 5 de febrero de 1975, a raíz de una huelga de efectivos de la Guardia Civil, se desató la violencia en las calles de Lima y la turba incendió los talleres de “Correo” y “Ojo” entre otros edificios como el Círculo Militar, Centro Cívico, etc. Antes en el Cusco, el pueblo incendió el SINAMOS.
La dictadura peruana de izquierda estaba herida. Entonces, próximo al 28 de julio y debilitado el régimen en respaldo político, resolvió prorrogar la transferencia de los diarios a los sectores organizados para seguir usándola como arma de defensa. No se supo de discrepancia alguna con la medida por parte de quienes a diario desde sus páginas alentaban esa transferencia.
Se dice, no sin razón, que Velasco no hubiera caído el 29 de agosto siguiente, si no hubiera tomado para sí todos los diarios un año atrás.
Es posible.